viernes, 8 de enero de 2010

domingo, 6 de diciembre de 2009

MEMORIA

"El hecho era que, pese a la continua vigilancia de sus iguales, se las había arreglado , a saber cómo, para esfumarse. Nunca volverían a verlo, ni en la corte mogol ni en ningún lugar de Sikri ni en ningún lugar de todo el territorio indostaní. Las aguas no depositaron su cuerpo en las orillas del lago, ni se le encontró colgado de una viga. Sencillamente había desaparecido, como si jamás hubiese existido, y todos los cuadros de la serie Qara-Köz-Nama se habían esfumado con él, salvo este último, en el que la señora Ojos Negros, incluso más hermosa de lo que Dashwanth había conseguido retratarla antes, se encontraba cara a cara con el hombre que sería su destino. El misterio fue resuelto inevitablemente por Birbal. Una semana después de la desaparición de Dashwanth, el más sabio de los cortesanos de Akbar, que había estado escrutando la superficie de la última y única pintura que se conservaba de la princesa oculta con la esperanza de hallar alguna pista, advirtió un extraño detalle técnico en el que hasta entonces nadie había reparado. Daba la impresión de que la pintura no acababa en la orla con que Dashwanth la había encuadrado, sino que, al menos en el ángulo inferior izquierdo, seguía por un trecho debajo de este ornado marco de cinco centímetros de anchura. El cuadro fue devuelto al obrador -el propio emperador lo acompañó, junto con Birbal y Abu Fazl-, y bajo la supervisión de los dos maestros persas, la cenefa pintada se separó del cuerpo central de la obra. Cuando la sección oculta de la pintura se reveló, los espectadores prorrumpieron en exclamaciones de asombro, ya que allí, agazapado como un pequeño sapo, con un gran haz de pergaminos bajo el brazo, estaba el gran pintor Dsahwanth, el artista del grafito, Dashwanth, el hijo del portador del palanquín y el ladrón de la serie Qara-Köz-Nama, Dashwanth, incorporado al único mundo en el que ahora creía, el mundo de la princesa oculta, a quien él había creado y quien luego lo había descreado a él. Había realizado una hazaña increíble que era justo la opuesta a la alcanzada por el emperador cuando concibió a su reina imaginaria. En lugar de dar vida a una mujer de fantasía, Dashwanth se había convertido él mismo en un ser imaginario, impulsado (como había sido impulsado el emperador) por la arrolladora fuerza del amor. Si la frontera entre los mundos podía cruzarse en una dirección, comprendió Akbar, podía cruzarse también en la otra. Un soñador podía convertirse también en su sueño.
-Añadid de nuevo la cenefa -ordenó Akbar-, y permitamos al pobre hombre disfrutar de cierta paz.
Una vez hecho esto, dejaron que la historia de Dashwanth permaneciera en el lugar que le correspondía: los márgenes de la historia. En el centro de la escena estaban, frente a frente, la protagonista redescubierta y su nuevo amante: la princesa oculta, señora Ojos Negros o Qara-Köz o Angelica, y el sha de Persia."

Salman Rushdie, La encantadora de Florencia.

Diseño del cartel por Lucio Gat.

MEMORIA: EXPOSICIÓN COLECTIVA










viernes, 13 de noviembre de 2009

The Crrr!!!


El arenque ahumado
Había un gran muro blanco -desnudo, desnudo, desnudo,
contra el muro una escalera -alta, alta, alta,
y en el suelo un arenque ahumado -seco, seco, seco.

Él llega, llevando en las manos -sucias, sucias, sucias,
un martillo pesado, un gran clavo -puntiagudo, puntiagudo, puntiagudo,
un ovillo de bramante -grueso, grueso, grueso.

Entonces sube a la escalera -alta, alta, alta,
y clava el clavo puntiagudo -pam pam, pam pam, pam pam,
en lo alto del gran muro blanco -desnudo, desnudo, desnudo.

Suelta el martillo -que cae, que cae, que cae,
ata al clavo el bramante -largo, largo, largo,
y en la punta el arenque ahumado -seco, seco, seco.

Baja de la escalera -alta, alta, alta,
se la lleva con el martillo -pesado, pesado pesado,
y luego, se va a otra parte -lejos, lejos, lejos.

Y, después, el arenque ahumado -seco, seco, seco,
en la punta del bramante -largo, largo, largo,
muy lentamente se balancea -siempre, siempre, siempre.

He escrito esta historia -simple, simple, simple,
para enfurecer a las personas -serias, serias, serias,
y divertir a los niños -pequeños, pequeños, pequeños.

Le coffret de Santal


Charles Cros (1842-1889), extraído de 'Antología del humor negro', por André Breton.


Cartel, por The Crrrrr!!!







The Crrr!!! Obra expuesta










jueves, 15 de octubre de 2009

"Iwelei se hallaba en las afueras de la ciudad. En la oscuridad de la noche recorrías las callejas al lado del puerto, cruzabas un puente desvencijado, llegabas a una carretera solitaria, llena de surcos y baches, y de repente aparecían las luces. Había unos espacios para el estacionamiento de vehículos a ambos lados del camino, luego una serie de bares con un aspecto chabacano y animado, de cada uno de los cuales surgían las notas estrepitosas de una pianola, y a continuación barberías y estancos. La atmósfera vibraba, y reinaba una sensación de expectante regocijo. Doblabas por un estrecho callejón, tanto a derecha como a izquierda, pues la carretera dividía a Iwelei en dos partes, y te encontrabas en el barrio. Había hileras de pequeños bungalows, bien cuidados y pulcramente pintados de verde, y el sendero que discurría entre ellos era ancho y recto. Tenía la disposición de una ciudad ajardinada. Con su respetable regularidad, su orden y su elegancia, daba una impresión de horror sarcástico, pues la búsqueda del amor nunca puede haber estado tan sistematizada y ordenada. De vez en cuando una farola iluminaba los senderos, pero habrían estado a oscuras de no haber sido por las luces procedentes de las ventanas abiertas de los bungalows. Los hombres iban de un lado a otro mirando a las mujeres que, sentadas junto a las ventanas, leían o cosían y que en su mayoría no se fijaban en los transeúntes, los cuales, al igual que las mujeres, eran de todas las nacionalidades. Había norteamericanos, marineros de los barcos anclados en el puerto, marinos de los barcos de guerra que arrastraban curdas melancólicas y soldados de los regimientos, blancos y negros, acuartelados en la isla. Había japoneses que paseaban en parejas y grupos de tres, hawaianos, chinos con largas vestimentas y filipinos que se tocaban con unos sombreros ridículos. Permanecían en silencio, como si se sintieran oprimidos. Qué triste es el deseo."

Somerset Maughan, "Lluvia"


Cartel, por Alberto Ceballos.

lunes, 5 de octubre de 2009