domingo, 24 de enero de 2010

Antonio Álvarez Gordillo


Muchas noches estuve convencido de haber visto una luz en la distancia. Cada vez encendí una bengala. Cuando se me acabaron las bengalas cohete, gasté todas las bengalas de mano. ¿Fueron buques que no me vieron? ¿El reflejo de la luz de las estrellas que salían o que desaparecían? ¿Olas que se rompían, moldeadas por la luna y la vana esperanza hasta crear una ilusión? Fuera por lo que fuera, todo fue en vano. Nunca me dio resultado. Siempre me quedaba con el gusto amargo de la esperanza hecha añicos. Con el tiempo abandoné por completo la idea de que viniera a rescatarme un buque. Si el horizonte estaba a una distancia de cuatro kilómetros visto desde una altura de metro y medio, ¿a qué distancia iba a estar, visto desde donde estaba sentado en la balsa apoyado en el mástil, con los ojos a apenas un metro del agua? ?Cuáles eran las posibilidades de que un buque en medio del Pacífico entrara en un círculo tan pequeño? Y es más: que entrara en un círculo tan pequeño y me viera a mí. ¿Cuáles eran las posibilidades de que ocurriera algo así? No, no podía contar con la humanidad y su proceder tan arbitrario. Tierra, tenía que llegar a tierra dura, firme y segura.
Todavía recuerdo el olor que desprendían los cartuchos vacíos de las bengalas de mano. Por uno de esos fenómenos de la química, olían exactamente igual que el comino. Me embriagaba. Cuando olía los cartuchos, me transportaba a Pondicherry, un alivio maravilloso después de ver que mi grito de auxilio caía en oídos sordos. Era una experiencia muy fuerte, casi una alucinación. De un simple olor brotaba una ciudad entera. (Ahora, cuando huelo comino, veo el océano Pacífico.)
Richard Parker se paralizaba cada vez que lanzaba un cohete de mano. Clavaba su mirada en la luz, las pupilas como dos agujeritos. Mis ojos no podían con esa luz tan brillante, con ese centro blanco incandescente y esa aureola rosa y roja. Tenía que mirar hacia otro lado. La sujetaba con la mano extendida y la blandía lentamente. Durante un minuto, me quemaba el brazo y todo lo que tenía alrededor se iluminaba con una luz extraña. El agua, negra y opaca hasta hacía unos segundos, resultaba estar repleta de peces.

Yann Martel, "Vida de Pi"

Diseño del cartel: Antonio Álvarez Gordillo

Antonio Álvarez Gordillo: Grabados.








viernes, 8 de enero de 2010

domingo, 6 de diciembre de 2009

MEMORIA

"El hecho era que, pese a la continua vigilancia de sus iguales, se las había arreglado , a saber cómo, para esfumarse. Nunca volverían a verlo, ni en la corte mogol ni en ningún lugar de Sikri ni en ningún lugar de todo el territorio indostaní. Las aguas no depositaron su cuerpo en las orillas del lago, ni se le encontró colgado de una viga. Sencillamente había desaparecido, como si jamás hubiese existido, y todos los cuadros de la serie Qara-Köz-Nama se habían esfumado con él, salvo este último, en el que la señora Ojos Negros, incluso más hermosa de lo que Dashwanth había conseguido retratarla antes, se encontraba cara a cara con el hombre que sería su destino. El misterio fue resuelto inevitablemente por Birbal. Una semana después de la desaparición de Dashwanth, el más sabio de los cortesanos de Akbar, que había estado escrutando la superficie de la última y única pintura que se conservaba de la princesa oculta con la esperanza de hallar alguna pista, advirtió un extraño detalle técnico en el que hasta entonces nadie había reparado. Daba la impresión de que la pintura no acababa en la orla con que Dashwanth la había encuadrado, sino que, al menos en el ángulo inferior izquierdo, seguía por un trecho debajo de este ornado marco de cinco centímetros de anchura. El cuadro fue devuelto al obrador -el propio emperador lo acompañó, junto con Birbal y Abu Fazl-, y bajo la supervisión de los dos maestros persas, la cenefa pintada se separó del cuerpo central de la obra. Cuando la sección oculta de la pintura se reveló, los espectadores prorrumpieron en exclamaciones de asombro, ya que allí, agazapado como un pequeño sapo, con un gran haz de pergaminos bajo el brazo, estaba el gran pintor Dsahwanth, el artista del grafito, Dashwanth, el hijo del portador del palanquín y el ladrón de la serie Qara-Köz-Nama, Dashwanth, incorporado al único mundo en el que ahora creía, el mundo de la princesa oculta, a quien él había creado y quien luego lo había descreado a él. Había realizado una hazaña increíble que era justo la opuesta a la alcanzada por el emperador cuando concibió a su reina imaginaria. En lugar de dar vida a una mujer de fantasía, Dashwanth se había convertido él mismo en un ser imaginario, impulsado (como había sido impulsado el emperador) por la arrolladora fuerza del amor. Si la frontera entre los mundos podía cruzarse en una dirección, comprendió Akbar, podía cruzarse también en la otra. Un soñador podía convertirse también en su sueño.
-Añadid de nuevo la cenefa -ordenó Akbar-, y permitamos al pobre hombre disfrutar de cierta paz.
Una vez hecho esto, dejaron que la historia de Dashwanth permaneciera en el lugar que le correspondía: los márgenes de la historia. En el centro de la escena estaban, frente a frente, la protagonista redescubierta y su nuevo amante: la princesa oculta, señora Ojos Negros o Qara-Köz o Angelica, y el sha de Persia."

Salman Rushdie, La encantadora de Florencia.

Diseño del cartel por Lucio Gat.

MEMORIA: EXPOSICIÓN COLECTIVA










viernes, 13 de noviembre de 2009

The Crrr!!!


El arenque ahumado
Había un gran muro blanco -desnudo, desnudo, desnudo,
contra el muro una escalera -alta, alta, alta,
y en el suelo un arenque ahumado -seco, seco, seco.

Él llega, llevando en las manos -sucias, sucias, sucias,
un martillo pesado, un gran clavo -puntiagudo, puntiagudo, puntiagudo,
un ovillo de bramante -grueso, grueso, grueso.

Entonces sube a la escalera -alta, alta, alta,
y clava el clavo puntiagudo -pam pam, pam pam, pam pam,
en lo alto del gran muro blanco -desnudo, desnudo, desnudo.

Suelta el martillo -que cae, que cae, que cae,
ata al clavo el bramante -largo, largo, largo,
y en la punta el arenque ahumado -seco, seco, seco.

Baja de la escalera -alta, alta, alta,
se la lleva con el martillo -pesado, pesado pesado,
y luego, se va a otra parte -lejos, lejos, lejos.

Y, después, el arenque ahumado -seco, seco, seco,
en la punta del bramante -largo, largo, largo,
muy lentamente se balancea -siempre, siempre, siempre.

He escrito esta historia -simple, simple, simple,
para enfurecer a las personas -serias, serias, serias,
y divertir a los niños -pequeños, pequeños, pequeños.

Le coffret de Santal


Charles Cros (1842-1889), extraído de 'Antología del humor negro', por André Breton.


Cartel, por The Crrrrr!!!







The Crrr!!! Obra expuesta